domingo, octubre 29, 2006

Laureados

Bruno Marcos
¡Qué extraños emparejamientos hacen los laureles! Abro el periódico y encuentro premiados a dos personajes que pasaron tangencialmente por mi vida.
Un amigo me llamó con una urgencia no habitual en él para casi exigirme que, como sabía que yo conocía a la poetisa en ciernes, quedase con ella y le presentase a otro poeta en ciernes también que le estaba poniendo la cabeza como un bombo. No sé por qué accedí.
Hacía tiempo, quizás un año, el oráculo había llamado a mi casa para que me pusiera en contacto con ella ya que quería fundar una revista. Yo le agradecí al oráculo que se acordara de mí y se tomara la molestia de telefonearme a lo que me respondió que se acordaba porque se tenía que acordar, que no llamaría a un majadero. El caso es que la poetisa estaba -no me acuerdo ya- por Dublín o algo así. Total que le escribí y metí un poema mío de por entonces en el sobre. Me contestó diciéndome que mi poema le había hecho llorar, lo cual me halagó, también añadía que lo de la revista lo daba por fenecido antes de nacer y que le avergonzaba haber implicado a gente en algo que casi de antemano sabía que no iba a salir dada la poca energía con la que contaba. Luego coincidimos en un taller de Ulipismo que organizó precisamente el Sputnik desarrollando interesantes extravagancias.
El caso es que el otro poeta se presentó en el café con un cuaderno del cual no nos dejaba leer directamente, debíamos sólo escuchar sus declamaciones. Eran excesivas y toda la pasión que desplegaba nos ruborizaba de alguna forma, además focalizó todo su interés sobre la pobre poetisa que sólo encontró interesante las muestras de puro vitalismo de el Calvo al que llevé pues estaba por aquí de visita.
Al fin la dama huyó y el otro se ofreció a lo que ella menos deseaba, a acompañarla. Lo último que escuché fue recitar versos con letras copiadas de Silvio Rodríguez. Me volví a ellos y protesté, él me miró con cólera como si eso no fuera exclusivamente una cita sino un plagio innecesario y zarrapastroso que quería colar a unos desconocidos. Ella, a su aturdimiento habitual añadía el provocado por el locuaz asediador y me miró, como diciendo, qué más da que plagie, eso no es lo más grave... o por qué me has hecho esto. La noche con el Calvo y mi otro amigo no estuvo mal, pero siempre me ha estado remordiendo la conciencia de haberle preparado a aquella poetisa esa encerrona.
En fin, éramos unos muchachos.